Hasta los gigantes tiemblan: Hablemos del miedo escénico
- Belén Caccia
- hace 4 días
- 5 Min. de lectura
⭐ El miedo escénico que nadie ve. Pero que existe.

Algunas de las personas más admiradas del planeta —actores, actrices, cantantes, conferenciantes, presentadores— han confesado que en algún momento de su vida sintieron terror al subirse a un escenario.
No nervios. Terror.
Ese tipo de miedo que paraliza, que te hace dudar de si eres capaz, que te deja frente a tu propia fragilidad como si el mundo te observara con lupa.
Tendemos a idealizar o incluso deshumanizar a quienes brillan bajo los focos, como si hubieran nacido con estrella, inmunizados contra la vergüenza, la timidez o el pánico. Pero justo esa manía de convertirlos en criaturas míticas nos dificulta pensar que puedan sentir lo mismo que sentimos nosotros.
Y, sin embargo, lo sienten.
Porque el miedo a comunicarnos públicamente es profundamente humano. Nuestro cuerpo no teme el escenario: teme el rechazo, el ridículo y el fracaso. Mucho antes de hablar en público, es nuestra biología la que se estremece.
🎤 Cuando los famosos confiesan lo que nadie imagina
Algunos ejemplos que siempre me parecen reveladores:

• Hugh Grant reconoció que llegó a vomitar de ansiedad antes de rodar escenas importantes.

• Adele confesó que ha tenido ataques de pánico previos a conciertos masivos y que, en ocasiones, pensó en escaparse por la puerta de atrás

• Rihanna contó que, antes de actuar, siente un miedo tan profundo que solo consigue salir al escenario “poniéndose un personaje encima”.

• Emma Stone habló abiertamente de sus ataques de ansiedad en la adolescencia y de cómo el teatro la ayudó a encontrar un lugar seguro donde expresarse

• Barbra Streisand, con su voz imponente y una carrera extraordinaria, dejó de cantar en directo durante décadas porque un olvido en un concierto le generó un pánico escénico que la acompañó durante años.

Y si nos vamos más atrás, a un artista que parece haber trascendido lo humano —por su talento, su perfección escénica y esa autoestima artística casi legendaria—: Laurence Olivier. Considerado uno de los mejores actores del siglo XX, vivió una etapa en la que apenas podía salir a escena sin sentir que perdía el control de su propio cuerpo.
Si a estos gigantes les temblaron las piernas…¿cómo no nos van a temblar a los demás?
🧠 Freud, la biología y nuestros antepasados: por qué tenemos miedo a hablar en público

Freud describía el miedo escénico como un conflicto entre el yo (que intenta protegerse) y el superyó (que exige perfección y castiga cualquier error). La sola idea de ser observados despierta un juicio interno feroz.
Pero incluso eso se queda corto.
Antes de Freud, antes del teatro, antes de la oratoria…
nuestros antepasados ya temían la exposición pública.
En las tribus primitivas:
• quedar en el centro de atención podía interpretarse como un desafío al líder;
• ser juzgado por el grupo podía significar expulsión;
• cometer errores públicos afectaba al estatus… y a la supervivencia.
Es decir: no estamos luchando solo contra una inseguridad moderna, sino contra miles de años de evolución.
Nuestro cuerpo reacciona como si un auditorio de cien personas fuera, en realidad, un consejo tribal decidiendo nuestro destino.

Por eso sudamos, temblamos, se nos quiebra la voz o sentimos que nos quedamos en blanco.
No porque estemos rotos, sino porque estamos diseñados para sobrevivir, no para dar discursos.
🚨 Alerta de autorreferencia!
Yo también lo viví.
De pequeña era extrovertida, teatral, una criatura que parecía haber nacido con un foco iluminándola. Pero la adolescencia, con su caos y sus metamorfosis, me dejó frente a un espejo desconocido:
Me volví tan tímida que no me atrevía ni a pedir una pizza por teléfono. Me daba vergüenza hablar con un desconocido, incluso decir mi nombre.

Yo, que había sido pura expresividad, me descubrí escondida dentro de mi propio silencio.
A los 16 años decidí probar teatro. No por vocación profesional (o eso creía yo). Por supervivencia. Necesitaba volver a encontrarme… o quizá conocerme por primera vez.
Y para completar la paradoja, me tocó —lo digo con cariño, pero con total honestidad— el peor profesor de teatro que podría haberme tocado. Un desastre pedagógico y personal en uno de los lugares más prestigiosos de Buenos Aires.
Pero incluso así, el teatro me salvó. Hizo lo que ese profesor no supo: me abrió una puerta.
Me dio un espacio para explorar quién era, qué sentía, qué temía. Me enseñó a respirar, a escuchar, a mirar, a equivocarme y a seguir. Y hasta esa experiencia con mi profesor espantoso —era mentira lo del cariño, lo confieso— me dio herramientas para defenderme, para sostenerme, para agarrarme más fuerte al teatro y usarlo como apoyo para cuidarme.
El teatro me dio un lenguaje para comunicarme con el mundo…y conmigo misma.
🌱 Por qué creo en las artes escénicas (pero no en las soluciones mágicas)
Por eso creo tanto en los ejercicios derivados de las artes escénicas. No por vender nada —esa no es la intención—, sino porque lo he vivido en carne propia y lo veo año tras año con mis alumnos:
cuando el entrenamiento es humano, amable y bien guiado, los resultados pueden ser maravillosos.
Y quiero ser muy clara:
• No es lo mismo estudiar actuación de un estilo que de otro.
• No cualquier método sirve para todas las personas.
• No cualquiera puede enseñar oratoria.

Las clases meramente técnicas pueden ayudarte a “presentar mejor”, sí…pero quizá no a disfrutar de comunicar, ni a crecer a nivel personal, ni a sentir libertad en el cuerpo y en la palabra.
Porque de eso se trata: de encontrar a la oradora o al orador que llevas dentro.
Todos lo llevamos. Solo que no deberíamos poner el foco en el miedo.
El miedo es ruido, interferencia. Lo importante es hacia dónde queremos llevar nuestro mensaje: nuestra palabra, nuestro arte, nuestra historia o, simplemente, nuestra verdad.
A veces solo queremos mostrarnos como realmente somos, sin esa versión rígida y desconocida que aparece cuando nos ponemos “en modo público”, una versión que poco tiene que ver con quienes somos en círculos de confianza.
🌟 La conclusión que sí importa (huyendo del positivismo tóxico)
No voy a decirte que “todos podemos todo”. Ese positivismo extremo, estoy segura de que solo genera frustración.
Lo que sí creo —lo que sé por experiencia— es que todos podemos superarnos un poco.
Un paso. Un gesto. Una escena. Un pequeño atrevimiento.
Y ese “poco”, cuando nace de la honestidad y de la práctica constante, puede transformar una vida entera. No para convertirnos en estrellas de Broadway (aunque oye, quién sabe), sino para sentirnos más libres, más presentes y más dueños de nuestras propias palabras.
A veces, lo único que hace falta es empezar a ensayar quiénes (de todos los "yo mismo/a que existen) queremos ser.
Belén













Comentarios