La luz al final del algoritmo
- Belén Caccia
- 11 nov
- 7 Min. de lectura

🌐 La luz al final del algoritmo
Hace unos años, leer era un refugio. Un libro era una puerta que se abría hacia otros mundos, un acto íntimo de silencio y compañía a la vez.
Hoy, sin embargo, esa puerta parece más lejana. No porque falten historias, sino porque nuestro tiempo ha sido secuestrado.
El secuestrador se disfraza de puerta hacia nuevos universos. Sabe fingir porque ha sabido serlo; nació para eso. Como la pólvora, que fue inventada en China en el siglo IX por alquimistas que buscaban el elixir de la inmortalidad y terminó arrebatando vidas, la tecnología que prometía acercarnos hoy nos divide en pequeñas cápsulas de atención.
Internet podría ser la gran herramienta de comunicación, aprendizaje y cercanía. Pero nos quedamos con lo que tenemos a mano, como quien estira el brazo para leer siempre el mismo fanzine por no levantarse a buscar el libro que realmente quería leer. Nos decimos que estamos más comunicados que nunca, pero en realidad vivimos en un eco, una burbuja donde solo rebota nuestra propia voz.

Nos decimos que la información fluye, que todo está al alcance de un clic. Pero lo cierto es que no navegamos por un océano, sino por un acuario cuidadosamente diseñado. Un micro mundo donde cada pez nada en su pecera personalizada, sin darse cuenta de que ya no elige hacia dónde ir.
El famoso algoritmo —ese “algo” invisible que todos nombramos pero pocos entienden— decide qué vemos, qué pensamos y, en cierta forma, quiénes somos. No busca nuestra libertad, sino nuestra permanencia.
“La técnica no nos domina porque sea más fuerte, sino porque nos seduce.”
Byung-Chul Han (filósofo surcoreano-alemán)
Nos seduce con su brillo, con su inmediatez, con la ilusión de que estamos eligiendo. Pero ¿Cuánto de lo que vemos es realmente elección? Trabajamos por economía de esfuerzo, y al no tomarnos “el trabajo” de buscar o contrastar, terminamos viendo lo que nos ofrecen. La libertad se convierte en una cárcel invisible, una versión moderna de la caverna de Platón, donde confundimos las sombras proyectadas con la realidad.

📱 La señora del metro y las salchichas del algoritmo
Hace unos días, en el metro, observé a una señora que miraba vídeos en su móvil. Los pasaba uno tras otro, sin detenerse, sin mirar realmente. Sus dedos se movían como si cada vídeo le picara. Y pensé: esto cuenta como “una vista”.
Recordé entonces un vídeo que vi una vez: unas salchichas conectadas a un ventilador, girando y golpeando la pantalla, haciendo que los vídeos pasaran solos. Esas salchichas, igual que esa señora distraída, alimentan la maquinaria de las vistas, el número vacío que parece dar autoridad o valor a algo.
Millones de reproducciones que no miden interés ni verdad, sino impulso. Las salchichas giran, la señora desliza, y el algoritmo sonríe satisfecho.

Ya en otro momento pensaremos en nuestros instantes de soledad, en esa pausa que antes era fértil y ahora parece insoportable. Mira a tu alrededor cuando entres en un bar o un restaurante: si en una mesa de dos uno va al baño, el otro agarra el teléfono como si fuera un salvavidas. Ya nadie se queda mirando la nada, ni observa a su compañero alejarse hacia la puerta del baño, ni juega a adivinar la historia de las otras mesas.
Tenemos que abrir el teléfono, conectar con el mundo para no sentirnos desconectados de nosotros mismos. Revisamos mensajes, redes, notificamos nuestra presencia. Tomamos la foto del plato —en vertical, claro, porque si no, no sirve para stories ni reels—, aunque la abuela no entre o el paisaje quede cortado.
Ya no guardamos las fotos para recordar, sino para mostrar lo que pronto olvidaremos. El recuerdo dejó de ser una emoción y se volvió un archivo con fecha de caducidad: 24 horas.

En “La ventana indiscreta”, Hitchcock nos mostraba a un hombre que observaba la vida ajena desde su ventana. Hoy, todos somos ese hombre. Pero nuestra ventana no da al patio, sino a una pantalla. Nos asomamos a vidas fragmentadas, creyendo vivir a través de ellas, mientras el tiempo —el nuestro— se escurre entre los dedos.
🪞Pascal y el ruido interior
Blaise Pascal creía que la soledad es esencial y que la incapacidad de estar solo es la raíz de muchos problemas humanos, ya que nos impide reflexionar y nos empuja a buscar distracciones constantes para evitar el vacío interior.
Para él, la incapacidad de sentarse tranquilamente solo en una habitación revela una profunda incomodidad ante el propio ser, el tedio y el aburrimiento.
Incapacidad de estar a solas: Pascal afirmó que "todos los problemas de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre de sentarse tranquilamente solo en una habitación".
El aburrimiento: Consideraba que la solución al aburrimiento y la inquietud interior es la diversión, un escape constante de uno mismo que nos impide confrontar el vacío.
La distracción: Las ocupaciones, el ajetreo y el bullicio son formas de distracción para evitar la soledad y la reflexión sobre la propia existencia.
La necesidad de la introspección: Para Pascal, el verdadero reposo y la introspección se encuentran en la capacidad de estar en silencio y en soledad, lo que puede llevar a la apreciación de lo infinito y a la búsqueda de un sentido más profundo.
💭 La fama relativa y la ignorancia con estilo

Hoy la fama es tan relativa como efímera. Quien para mí es importante, para ti puede ser un completo desconocido.
Vivimos en compartimentos estancos, cada uno dentro de su sector, creyendo que el mundo es eso que vemos en nuestra pantalla.
Alguien puede leer sobre “la semiótica del consumo” sin saber quién fue Umberto Eco, o citar una frase de Nietzsche —“Quien con monstruos lucha, cuide de no convertirse en uno”— creyendo que se la inventó un youtuber que la dijo sin citar al autor.
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas.”
— Umberto Eco (conferencia en la Universidad de Turín, 2015)
Y lo decía sin arrogancia, sino con lucidez. Porque no se trata de prohibir la voz, sino de recuperar el pensamiento detrás de la voz.
💣 La pólvora y el espejismo de la novedad
Y dale con mis analogías de la pólvora! No se, será que me estalla la cabeza con este tema y me salen los ejemplos por aquí, pero yo sigo escribiendo y vos me seguís leyendo así que aquí va:

Nos creemos originales, como si hubiésemos descubierto la pólvora cada vez que usamos una app o compartimos una idea. Nos venden las novedades —azufre, carbón y nitrato de potasio— como si fueran descubrimientos recientes, pero olvidamos que la pólvora ya fue inventada.
Creemos haberla inventado nosotros, pero lo único nuevo es el envoltorio: una pantalla brillante, un filtro que cambia el color del fuego.
🌫️ Filtros, apariencias y espejos digitales

Nos creemos guapos porque un filtro nos muestra así, o feos porque no respondemos al canon que una app sugiere cuando nos afina la nariz o nos nubla el cutis. Nos dejamos definir por un reflejo que no es el nuestro.
“El mayor peligro no es que las máquinas piensen como los hombres, sino que los hombres piensen como las máquinas.”
Sydney J. Harris
Y aquí estamos, pensando en automático, deslizando sin mirar, acumulando “me gusta” como migas de pan que no conducen a ninguna casa.
🔦 Despertar de la Matrix

Matrix lo contó de forma impecable. Morfeo ofrecía dos pastillas: una para despertar, otra para seguir viviendo una fantasía. Hoy, la mayoría elige seguir deslizando el dedo. No por convicción, sino por costumbre. Por miedo a quedarse fuera de ese flujo constante de estímulos que promete conexión pero muchas veces nos deja vacíos.
Ya casi no vamos a librerías buscando a nuestro autor favorito. Dejamos que Internet elija por nosotros, como si el destino tuviera algo preparado. Pero no es destino, es diseño. Hemos entregado nuestros datos, nuestros gustos, nuestras horas. A cambio, nos convertimos en códigos, en números, en clientes potenciales.
A mí, como bicho de las artes escénicas, me duele el alma ver cómo a la gente le cuesta cada vez más concentrarse los 90 minutos que puede durar una obra de teatro, o apagar el teléfono móvil durante una función.
Cada pantalla encendida que descubro en la oscuridad de la sala de teatro es para mí como la muerte de un hada en “Peter Pan”, y los aplausos no siempre logran recuperarlas.
Cada vez tienen más éxito las propuestas de obras breves. Yo dirijo con mi compañía, La Compañía Encontrada, un ciclo de obras breves que, representadas una tras otra, tienen la duración de una obra convencional. Pero cuando termina, más allá de los aplausos y elogios por el momento teatral vivido, recibo comentarios que celebran lo “bueno” de ver obras cortas. Y eso me duele en el alma, porque encierra la realidad innegable de que en la vida todo es reel, todo es ya, todo es para mostrar y todo es filtrado.
Cuidado con no darle tiempo a Othelo para demostrarnos lo que sentía por Desdémona, para que comprendamos lo que luego le sucede y no pensemos que era solo un asesino. Cuidado con no darle tiempo a Hamlet para dudar, a Nora para rebelarse o a Medea para sufrir antes del abismo.
Calculo que como me sucede a mí en el teatro, le sucederá en otros campos: a los profesores con la atención de sus alumnos, a los músicos con el público impaciente por grabar antes que escuchar.
Aun así, no pierdo la fe en la humanidad. ¿Estaré loca?
“Estamos hechos de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña vida termina dormida.”
Próspero, en La tempestad, de William Shakespeare
💡 La libertad de volver a ser humanos
Pero hay esperanza. No nos podrán quitar la libertad si reconectamos con nuestro yo creativo, si seguimos escribiendo, dibujando, cantando, o simplemente preguntándonos cosas sin abrir Google.
“La libertad consiste en ser dueños de la propia vida.”
Platón
No perdamos la curiosidad. No dejemos que otros piensen por nosotros. Respondamos nuestras propias preguntas, aunque nos equivoquemos. Discutamos, conversemos, aprendamos. Pensar distinto sigue siendo pensar.

Hace tiempo leí una fábula oriental que contaba que:
un pez joven le preguntó a un pez viejo:—¿Dónde está el océano del que todos hablan? Y el pez viejo respondió:—Estás nadando en él.
El joven, confundido, siguió buscando
Quizás nosotros somos ese pez. Nadamos en información, pero hemos olvidado lo que es sumergirse de verdad.
Soy actriz, directora teatral, profesora, escritora, madre, amiga, alumna de quienes admiro, lectora de cada vez menos libros y dueña de cada vez menos tiempo libre. Intento asomarme a respirar, y si estás leyendo esto, sé que por un instante también tú has detenido el scroll.
Gracias por eso. Porque solo con gestos así, la luz empieza a colarse al final del algoritmo.
Belén
@belencaccia












Comentarios